Perdido en sus incognitas, como intentar recordar lo que hizo anoche, Yimi camina por la Garzón, lento pero seguro, con las manos en los bolsillos y gorra-tapa-cara. Hoy es el clásico, hoy es la gran final. Y el que pierde muere. Yimi prefiere iniciar la antesala. Se mete otro tiro.