Cada cuadra que avanzaba con el vehículo, era sentir que el mundo de a pocos se le venía abajo; especialmente cada vez que atrás le susurraban cosas al oído, así como por cada beso y cada caricia que tras su espalda derrochaban. Pero el mundo se le venía abajo no por orgullo ni celos, sino por frustración de no poder voltear y decirle: "yo aún no he logrado olvidarte, ¿y tú subes a mi taxi para llevarte a tu jodido hotel y encamarte con otro?".