Estaba en una cantina en el mismo mercado del centro de Juárez, bebiendo vaso tras vaso de tequila, entre aquellos norteños. Afuera, la tarde no tenía ganas de irse, ese sol buscaba la manera de seguir iluminándonos con todas sus variantes y tonos de colores, ayudado por el viento fresco de las seis. Hacia el otro extremo de la barra había un tipo de unos cincuenta años, con barba de unos días, y el cabello crespo, largo y mal peinado con gel.