Rasgó la costra con la prenda y la herida volvió a sangrar; pero ella seguía de espaldas, observando la nada a lo cerca y a lo lejos; en cambio la bebé estaba ahí, sonriéndole como siempre, ajena a todo, un islote de par en la miseria. Todo será mejor, Raquelita, le confió al oído, sbaiendo que sin entender lo comprendía. La bebé no cumplía aún el primer mes y él ya soñaba con bautizarla en la Iglesia del pueblo, frente al arruinado solar del abuelo, atacado por la culpa de haber preñado a su hermana y fugado con ella, contradiciendo todo lo que le enseñaron sus padres, los curas que seguirían rezando por su alma en el colegio, sus ilusiones de grandeza y su cordura.